Formación para una vida plena en la vejez
Es una evidencia que con el paso de los años se produce un envejecimiento biológico por el que decrece la vitalidad corporal y aumenta la vulnerabilidad. Es igualmente cierto que el envejecimiento biológico afecta a la disminución de la percepción sensorial y a la degeneración neuronal del cerebro que incide en las funciones cognitivas.
Hay estudios en los que se estima que, entre los factores que inciden en el envejecimiento cognitivo, el 25% está ligado al deterioro biológico y el 75% está relacionado con factores psicológicos y ambientales. Los porcentajes variarán en cada caso, pero en todos los casos, en mayor o menor grado, depende de la interacción del sujeto con el medio. De forma que los factores biológicos condicionan, pero los psicológicos y ambientales pueden ser más determinantes. De igual manera, se puede decir que los factores biológicos que se traducen en la salud corporal, está condicionada por los factores psicológicos y ambientales. Son vasos comunicantes.
Es ley de vida, aunque hay quienes pronostican que en breve los humanos vencerán la muerte, y quienquiera que posea una cuenta bancaria saneada, tendrá una elevada probabilidad de alcanzar la inmortalidad. Lo que sea ya sonará, pero mientras eso suceda, si es que sucede e interesa, uno de los retos de la vejez es aceptar y saber convivir, a ser posible con serenidad, e incluso sacar partido con sabiduría a las consecuencias del proceso de envejecimiento biológico que afecta también a las funciones cognitivas.
Dicho de otra manera, cómo seguir creciendo decreciendo. Cómo seguir aspirando a la vida plena, es decir, desarrollando al máximo posible las capacidades personales, así como satisfacer las necesidades básicas personales y sociales, teniendo en cuenta la situación particular y limitaciones de cada uno, y las oportunidades que brindan las condiciones y recursos del contexto.
Hay muchas variables en juego, en el reto que se plantea de seguir creciendo, de seguir aspirando hacia una vida plena en la vejez, asumiendo el decrecimiento y las limitaciones propias de la edad. Una de las cuestiones clave para gestionar este proceso es la forma de entender lo que se consideran necesidades básicas para la vida.
Los ámbitos de las necesidades y de los servicios que se contemplan desde los distintos modelos de Estado de bienestar, desde distintas propuestas que desarrollan el paradigma del envejecimiento activo y saludable, y desde los índices de Envejecimiento Activo de la Unión Europea y de Desarrollo Humano de la Naciones Unidas, se centran de forma prioritaria y casi exclusiva en las necesidades de supervivencia (necesidades económicas, salud, educación, seguridad y protección).
Desde el enfoque de “vida plena” que se plantea como alternativa, se entiende que las necesidades básicas no se limitan a las necesidades de supervivencia, sino que se incluyen todas aquellas cuya ausencia provoca un daño grave y sostenido y cuya presencia posibilita el desarrollo de la vida plena de las personas y del conjunto de la sociedad. Las necesidades básicas que se consideran necesarias para la vida desde el enfoque de vida plena son las siguientes: Necesidades fisiológicas, motrices y de salud; necesidades de libertad, seguridad y protección; necesidades de conocimiento, cuidado de la naturaleza y uso de tecnología; necesidades afectivas, sociales y comunitarias; necesidades lúdicas, estéticas y artísticas; necesidad de dar sentido a la vida.
Una sociedad fracasa si no asegura el umbral de las oportunidades para satisfacer todas las necesidades básicas para la vida, no sólo las elementales de supervivencia. Pero para el bienestar personal, además de las condiciones del entorno, se precisan las capacidades para utilizar los recursos del entorno de forma competente. Recursos y desarrollo de capacidades es un binomio que debiera de ser planteado de forma conjunta, pero que habitualmente están disociadas. La mayor riqueza de una sociedad está en su gente y la formación es la vía principal para asegurar el desarrollo de las capacidades de las personas.
No hay una “vida plena” en abstracto, sino “vidas plenas” concretas y limitadas, siempre condicionadas por la diversidad de itinerarios vitales que hemos construido a lo largo de la vida, los recursos del entorno y las capacidades de cada persona. De forma que se puede hablar de la “vida plena” de una persona en situación de fragilidad y de dependencia, en la medida que haga uso adecuado de los recursos personales, materiales y funcionales disponibles y desarrolle al máximo sus capacidades. La propuesta de recursos y capacidades que se precisan para satisfacer las necesidades básicas para la vida, hay que entenderla como un referente abierto que proporciona opciones y puede ayudar a ampliar el campo de la toma de decisiones personales.
En el marco de los Cursos de Verano, la asociación Helduak-Adi! ha organizado un curso titulado “Profundizar en el estado de bienestar y adecuar las nuevas realidades a la vida plena en la vejez”. La formación es uno de los posibles aspectos de contribución al estado de bienestar. La cuestión que se plantea es ¿Cómo adecuar los planes de formación para orientarse al escenario de la aspiración al bienestar personal y social de las personas mayores, desde el enfoque de vida plena?.
La cuestión tiene mucha relevancia, ya que afecta de forma directa al bienestar personal y social de la cuarta parte de la población, e indirectamente al conjunto de la sociedad. El reto es cómo seguir creciendo dentro de las limitaciones, integrando de forma complementaria el crecimiento personal, teniendo en cuenta las necesidades básicas para la vida, y el desarrollo social, mediante la implicación y el compromiso, cada uno en su medida, en iniciativas de utilidad social. La última etapa del ciclo vital es una oportunidad para vivir con mayor sentido y sabiduría, centrándose en lo importante y descartando lo innecesario.
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